Las casualidades no existen. Eso lo sabe bien ella, La Chica del Botón Rojo.
Se cruzaron por casualidad, en una de esas tardes frías en las que nadie sale a la calle. Nadie, salvo ellos. Por algo un día creyeron ser el uno para el otro "medias mandarinas".
Él iba con prisas, su enorme abrigo gris.
Ella, su abrigo rojo, su bufanda verde y su paraguas a conjunto, siempre.
Levantaron las cabezas a la vez, justo para cruzar sus miradas.
Él sonrió, las prisas se olvidaron y se acercó lo más rápido (y sutil) que pudo hacia ella.
Pero algo cambió esta vez, ella sonrió cortés, dio un sorbo a su café y dijo: tengo prisa, lleg(as)o tarde.