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Guantes ocres.

Usar un guante como separador de libros no es tan extraño, o al menos eso pienso yo. Donde quiera que voy allá que va conmigo mi libro y con él mi guante ocre.
Tal vez sería más extraño si cuento la historia que guarda ese guante.
Esperando el tren un día lluvioso, en esa estación que se cae a trozos intentando leer entre gota y gota que empapa este libro pasa ese chico unas doce o trece veces delante de mí, nervioso. Sí, los guantes tal vez sean suyos. Me desvío y me anticipo.
Esperando el tren, mientras la lluvia cae en mis mejillas no hago más que ver esos zapatos marrones revolotear impacientes "supongo que esperará a esa chica, siempre guapa, alta y bien vestida". Vuelvo a mi libro, si me dejan esos pies impacientes. Llega el tren y con él de nuevo esos pies inquietos van de un lado a otro de la estación esperando a que las puertas se abran. Ese momento llegó. Mientras recojo el libro y demás cosas que tengo por ahí sueltas, él, el chico de los zapatos marrones echa a correr hacia la primera puerta abierta. Al alzar la vista lo único que veo es caer un guante ocre en la hoja de mi libro aún abierto y antes de que pueda abrir la boca ha desaparecido sin poder ver siquiera su rostro.

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En un beso infinito más uno.

Ella caminaba sin destino fijo por esa fría ciudad. Enfundada en ese abrigo amarillo, con esos guantes que aunque pequeños son justo de su tamaño y él, en su mente, claro. Mordisquea el cable de los cascos, mira la hora y parece que no pasa el tiempo. Paseos en soledad, sintiéndolo aunque lejos. Aunque efímero fue intenso, esporádico, sin sentido, sincero. Ella, no sabía mucho de matemáticas, tanto que sin mesura amó hasta quedarse sin reservas porque él dijo: "Yo te quiero hasta infinito más uno ¿tú? ¿Cuánto me quieres a mí?" . Pero nunca llegó a tanto, ni ella ni nadie.   Tantas hipótesis que nunca llegaron a ser investigadas, se quedaron en eso... En "y si..", en ayer.

In-felicidad

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