A veces salgo al balcón y me siento tranquilamente mientras me tomo una cerveza. En el primer trago varias muecas y así van desapareciendo en la misma proporción en la que bajan las latas de la nevera. Me levanto de esta hamaca y mientras me apoyo en la barandilla me fumo un cigarro. Entre calada y calada miro a las felices parejas que pasean agarradas de la mano. Sólo ha sido otra gota que se va acumulando en este vaso a punto de rebosar. Otra más.
No es la primera vez que hago el mismo circuito, una y otra vez. Así las últimas semanas. Ahora empieza a llover y me da igual.
Las gotas de lluvia empapan mi cara y yo sigo ahí, con mi cigarro ya apagado mirando la gente correr. Me gusta que la lluvia me caiga en la cara, así puedo llorar sin tener que dar más explicaciones. Pero... ¿A quién? Es hora de entrar, en lo que llaman "hogar".
De nuevo, sentada en el sofá con mi manta empapada ahora también por mi ropa aún mojada y la televisión apagada. La observo, pongo caras según van viniendo ideas a mi cabeza. Miro a mi izquierda y ahí está, intacto tu hueco en el sofá. De vez en cuando me acurruco en ese lado, aún huele a ti este estúpido cojín de botones.
Miro al frente, fue una mala idea colgar aquel cuadro allí. Lo único que hace es recordarme que un día fuimos felices, que un día sonreí sin beberme dos copas demás.
Otro día más que acumular a la lista de días perdidos, de días grises, de días de lluvia. Así duermo los últimos días.