Viajar, esa afición a la que nos agarramos. Otro a lo que nos agarramos es a ese asiento de tren que nos transporta a mundos desconocidos. Esa sensación sensación de miedo que sientes al pensar lo que dejas atrás se marcha al tocar el cristal con la punta de los dedos. Te sientas y pegas tu cara en el crista, el frío cristal. Como una anestesia que necesitas, se esfuman todos tus miedos y crees que el tiempo no pasa, ese frío intenso en tu piel, esa cara de tontos que se nos queda y esa mirada indiscreta que hace unos segundos, cuando se te ocurrió esta brillante idea, no estaba. ¿Por qué aparece alguien ahora? Te despegas del cristal y aún con las mejillas rojas susurras un vergonzoso "Buenos días". Llevas, nerviosa, tus manos al cuello y encuentras tu botón rojo, perdón, tu frío botón rojo.
Ella caminaba sin destino fijo por esa fría ciudad. Enfundada en ese abrigo amarillo, con esos guantes que aunque pequeños son justo de su tamaño y él, en su mente, claro. Mordisquea el cable de los cascos, mira la hora y parece que no pasa el tiempo. Paseos en soledad, sintiéndolo aunque lejos. Aunque efímero fue intenso, esporádico, sin sentido, sincero. Ella, no sabía mucho de matemáticas, tanto que sin mesura amó hasta quedarse sin reservas porque él dijo: "Yo te quiero hasta infinito más uno ¿tú? ¿Cuánto me quieres a mí?" . Pero nunca llegó a tanto, ni ella ni nadie. Tantas hipótesis que nunca llegaron a ser investigadas, se quedaron en eso... En "y si..", en ayer.