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París.

Jugar a no ser nadie. Pasarte el día en la cama. Atrincherarte bajo la manta y crear un mundo irreal y a la vez perfecto.
Tomar el té con tus muñecos sentados alrededor de una mesita baja "¿Quiere más té señor Oso? ¿Está suficientemente dulce Señorita Marie?"
Es todo tan agradable en tu habitación, es tan grata la compañía de la soledad. Compaginar la rutina con estos momentos es imposible.

Después de toda una divertida mañana, vuelves a la cama y todo es calma. Es la hora perfecta para leer, sumergirte en otro maravilloso sueño, una historia sin fin.
En este cuento lleno de princesas y dragones siempre hay un salvador, un héroe que consigue apagar la tristeza de ella, de su querida amada.
Cierras el libro y ves atardecer. ¿Realmente cuántas horas has perdido aquí metida?
El tiempo dejó de marcar tu vida desde que él se fue.
Asomada a la ventana ves llover. Sentada en la repisa cuelgan tus pies, algunas gotas caen en tus dedos. Es agradable pero no más que tú. Desde la calle oigo un voz que dice: "Siempre nos quedará París, pequeña".

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En un beso infinito más uno.

Ella caminaba sin destino fijo por esa fría ciudad. Enfundada en ese abrigo amarillo, con esos guantes que aunque pequeños son justo de su tamaño y él, en su mente, claro. Mordisquea el cable de los cascos, mira la hora y parece que no pasa el tiempo. Paseos en soledad, sintiéndolo aunque lejos. Aunque efímero fue intenso, esporádico, sin sentido, sincero. Ella, no sabía mucho de matemáticas, tanto que sin mesura amó hasta quedarse sin reservas porque él dijo: "Yo te quiero hasta infinito más uno ¿tú? ¿Cuánto me quieres a mí?" . Pero nunca llegó a tanto, ni ella ni nadie.   Tantas hipótesis que nunca llegaron a ser investigadas, se quedaron en eso... En "y si..", en ayer.

In-felicidad

"Apoyarme en tu pecho, quedarme dormida leyendo un cuento. Oler tu perfume día tras día. Sentir tus suaves manos por mi espalda. Mirarte a los ojos y ver reflejada la felicidad. Costumbres que son difíciles de quitar..."

Días.

Pasan y pasan los días y ahí está ella sentada en aquel sillón que una vez significó tanto. Aquella butaca en la que se fugaron tantos suspiros de amor, tantos que en esa habitación apenas quedaba aire para respirar. Fue por esta razón que todo lo que con tanta delicadeza habían creado los dos se fue, se fue con el cantar de los pájaros dejando una fría mañana de invierno que dudaría hasta el día de hoy. Después de tanto tiempo ya tenía los ojos secos de todas las lágrimas que había derramado, de tantos llantos incontrolados, de tanta vida perdida sin motivo aparente. Pero es ahí cuando ella se da cuenta de lo que realmente significa vivir, de lo que no está ganando por estar lamentándose. ¡Es una idiotez! Abrir los ojos y ver un mundo diferente, lleno de luz y alejado de tanta oscuridad a la que estaba acostumbrada. Alzar la cabeza y darte cuenta de todo lo que te queda por hacer. Un impulso de felicidad hace que su cuerpo parezca que se eleva pero de repente, todo vuelve atrás. La...