Sopla el viento que hace volar uno de los extremos de mi bufanda mientras recorro esta fría ciudad en bicicleta. No es el mejor día para hacer un viaje de estos pero era "el día". No hay más que decir, no es necesario.
Hice bien al coger los guantes. Lástima que olvidé el gorro y cubierta por un manto blanco voy avanzando sobre la nieve. Todo a mi alrededor es blanco y negro. Como las respuestas a tus preguntas absurdas. Blanco o negro. Siempre uno u otro. Siempre tú o yo. Pero en esta sé la respuesta, tú si se trata de ganar y por otro lado yo si se trata de acabar llorando.
Por eso elegí este día, por eso me siento estupendamente subida a esta bicicleta que avanza a 2 centímetros por minuto, más o menos.
No puedo llorar porque más que lágrimas lo que salen de mis ojos son estalactitas, lástima.
¿Qué sentiste la última vez que besaste mis labios? ¿Qué pensaste la última vez acariciaste mi cara y me colocaste el pelo detrás de la oreja? Esa sensación es la única que me mantiene con temperatura en el cuerpo. Por lo demás, sólo hay frío y soledad en esta calle abandonada.
Aparco la bicicleta y veo pasar a una pareja de ancianos. Felices, de la mano y luego miro mis pies, hasta arriba de nieve. Me siento en lo que queda de acera y rompo a llorar. Ahora. Ahora que estoy lejos de toda la muchedumbre, ahora que todo el ambiente navideño se ha ido y que sólo queda ella, nuestra compañera, nuestra sombra permanente, la soledad.
Entonces un brillo de luz hace que mis lágrimas se derritan, pero...