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Rectificar es de sabios.

Lo que empezó como un juego, una vía de escape para los dos se convirtió en algo más que cruzarnos dos palabras. Aunque nos veíamos todos los días, aunque hablábamos a todas horas cuando estábamos junto a las demás personas no podía esperar el momento de llegar a casa y mirar el buzón.
Una, dos o tres cartas diarias con aquel sello inconfundible, un botón rojo. Cuatro y cinco veces que leía cada palabra, cada frase, cada carta en sí. Son esas sonrisas que me sacaban esas cartas, esas miradas al infinito creyendo que estabas aquí.
Y no ha sido hasta que esas cartas se acabaron que no me di cuenta de lo mucho que te echaba de menos, de todo lo que realmente te necesito. Ahora que no llega ninguna carta a mi buzón, ahora que hemos estado más distantes ya no sé si es por mí, si son las cartas que no recibes o que más bien no recibo lo que falló, o si es simplemente que ya no sientes lo mismo.
Entonces, cuando me rindo y te imagino paseando junto a otra chica, escribiéndole a ella todas esas palabras que un día fueron mías, suena el timbre y aparece mi rostro preferido de las mañanas, el cartero. Abro corriendo aquel sobre y en efecto, lleva un botón rojo. es tuyo. Y como una niña, vuelta a empezar con todos esos días en los que no vivo en una nube, vivo por lo menos en cuatro. Y por un momento grito a los cuatro vientos te quiero, te necesito, y rápidamente rectifico y vuelvo a la realidad. Realidad en la que todo cambia a tu merced, pero siendo tú, querido chico del Botón Rojo, te lo perdonaría todo.

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