Mis líneas escritas sobre papel mojado.
Mis deseos quedaron atrás.
Ha costado tantos años que aceptase esa decisión que mi vida no tomará el mismo sentido a partir de ahora.
No estás y no vas a estar. Error tras error. Era la edad, era mi destino, era una niña y ya no estás.
¿Cómo puedo echar tanto de menos algo que apenas tuve cerca? Tu pelo rubio y ojos claros. De película.
Me hiciste sonreír, aunque a penas durase. Me hiciste enfadar como lo que era, una niña entre tus brazos.
Mi mayor locura hasta el momento, las ocho horas más largas de mi vida.
Todo iba pasando despacio, todo iba siendo distinto. ¿Estará ahí? ¿Querrá saludarme? Pero me estoy adelantando.
Las noches eran frías, demasiado incluso con guantes, pero no había mejor momento que el que me regalabas con tu sonrisa. Esa que ni siquiera sabías que me dedicabas y yo te devolvía en secreto. Pero por alguna extraña razón del destino llegó el momento de cruzarnos. Tú no me conocías pero yo ya soñaba con tu voz, sin haberla escuchado antes. De pronto, me veo pequeñita a tu lado, sin imaginarte por un momento, que olvidé mis gafas a propósito en casa aquella tarde. Pero el destino quiso que una frase marcase nuestros destinos: pequeña, ¿y tus gafas? Tópico, ¿verdad? Pero él era el único que hasta el momento, se había fijado en ellas. Cada noche, te buscaba con la mirada y esperaba esas palabras de complicidad. Cómo me acompañabas cada noche y cómo me tratabas con ese cariño tan especial, tan nuestros. Sonrío al recordar.
No sabía cómo se podía romper con tanta facilidad un corazón, sin quererlo, sin la mínima intención de hacer daño. La despedida. ¿Por qué tan pronto? ¿Por qué ahora que me habías devuelto la ilusión?
Así pasaron los días, los meses, tan lejos tú y yo. De pronto, me vuelvo valiente y viajo a tu lado. Y ahora sí, comienzan las ocho horas más largas de mi vida, sin conocerte llega agosto y me traslada a ti. ¿Estará ahí? ¿Querrá saludarme? Desde la ventana del autobús me veo reflejada, suspiro nerviosa. Recuerdo que al llegar el corazón se me congeló al verte, sin embargo, fueron tuyos mis primeros besos, mis primeras caricias y fue interminable ese día.
Despertar a tu lado, acariciar tus rubios rizos dormidos, no querer no estar a tu lado, respirarte hasta enloquecer. El dolor poco a poco se afianzaba según acababa el día. Y la mañana del día siguiente me separaba de ti; me prometí no llorar porque no debía pero te engañé.
Ocho horas aún más interminables con el recuerdo de tu adiós en la estación. Te echaba tanto de menos, me moría de ganas de decirte que eras mi guía pero era inútil. Era imposible, estabas lejos y yo solo soñaba con estar a tu lado.
Pequeña fugaz historia de amor.
Mis deseos quedaron atrás.
Ha costado tantos años que aceptase esa decisión que mi vida no tomará el mismo sentido a partir de ahora.
No estás y no vas a estar. Error tras error. Era la edad, era mi destino, era una niña y ya no estás.
¿Cómo puedo echar tanto de menos algo que apenas tuve cerca? Tu pelo rubio y ojos claros. De película.
Me hiciste sonreír, aunque a penas durase. Me hiciste enfadar como lo que era, una niña entre tus brazos.
Mi mayor locura hasta el momento, las ocho horas más largas de mi vida.
Todo iba pasando despacio, todo iba siendo distinto. ¿Estará ahí? ¿Querrá saludarme? Pero me estoy adelantando.
Las noches eran frías, demasiado incluso con guantes, pero no había mejor momento que el que me regalabas con tu sonrisa. Esa que ni siquiera sabías que me dedicabas y yo te devolvía en secreto. Pero por alguna extraña razón del destino llegó el momento de cruzarnos. Tú no me conocías pero yo ya soñaba con tu voz, sin haberla escuchado antes. De pronto, me veo pequeñita a tu lado, sin imaginarte por un momento, que olvidé mis gafas a propósito en casa aquella tarde. Pero el destino quiso que una frase marcase nuestros destinos: pequeña, ¿y tus gafas? Tópico, ¿verdad? Pero él era el único que hasta el momento, se había fijado en ellas. Cada noche, te buscaba con la mirada y esperaba esas palabras de complicidad. Cómo me acompañabas cada noche y cómo me tratabas con ese cariño tan especial, tan nuestros. Sonrío al recordar.
No sabía cómo se podía romper con tanta facilidad un corazón, sin quererlo, sin la mínima intención de hacer daño. La despedida. ¿Por qué tan pronto? ¿Por qué ahora que me habías devuelto la ilusión?
Así pasaron los días, los meses, tan lejos tú y yo. De pronto, me vuelvo valiente y viajo a tu lado. Y ahora sí, comienzan las ocho horas más largas de mi vida, sin conocerte llega agosto y me traslada a ti. ¿Estará ahí? ¿Querrá saludarme? Desde la ventana del autobús me veo reflejada, suspiro nerviosa. Recuerdo que al llegar el corazón se me congeló al verte, sin embargo, fueron tuyos mis primeros besos, mis primeras caricias y fue interminable ese día.
Despertar a tu lado, acariciar tus rubios rizos dormidos, no querer no estar a tu lado, respirarte hasta enloquecer. El dolor poco a poco se afianzaba según acababa el día. Y la mañana del día siguiente me separaba de ti; me prometí no llorar porque no debía pero te engañé.
Ocho horas aún más interminables con el recuerdo de tu adiós en la estación. Te echaba tanto de menos, me moría de ganas de decirte que eras mi guía pero era inútil. Era imposible, estabas lejos y yo solo soñaba con estar a tu lado.
Pequeña fugaz historia de amor.