¿Quién eres? Hace mucho tiempo que no nos vemos. Has cambiado mucho, algunos lo llaman madurez.
Cuando se trata de amor, no pueden existir secretos. Formaban una pareja extraña, atípica, pero ellos se querían, o eso hacían ver al resto del mundo. Él, tan sincero con la mirada como una moneda de tres céntimos; ella, tan feliz como una perdiz, avestruz. No tenía sentido, no se querían pero seguían juntos. Aquella casa guardaba demasiados secretos, demasiadas mentiras, engaños e ilusiones perdidas.
ÉL
Él; joven psicólogo de profesión, metiche de vocación Intentaba "salvar" una relación que hacía décadas estaba junto al Titánic; hundida y congelada. Frío, como el hielo con ella, caliente cual chocolate en invierno, con otra. Ese fue el primer error, pero no el más grave, creer que todo se podría solucionar con una persona más joven, más llena de vida, más... ¿ardiente? espontánea. No les importaba ni dónde ni cuándo, se dejaban llevar por el momento. Se sentía libre, sin ataduras pero siempre llegaba el mensaje de: "¡Hola! Sé que tienes mucho trabajo entre manos pero ¿vienes a cenar? No comas mucho el coco a la gente jeje. Te quiero" y volvía a la realidad.
El trabajo que tenía entre manos, nunca mejor dicho, terminaba evaporándose como el alcohol en la cocina.
Una ducha y veinte minutos después el olor a libertad ya no corría por su piel. Él entraba en casa, daba un beso y marchaba a la cama alegando estar cansado. Ya en la cama, todas las noches, pensaba en lo que había hecho. Cogía el móvil de tarjeta que había comprado para hablar con la joven, lo sostenía en sus manos y escribía: "No podemos seguir así, Mía"; acto seguido borraba el mensaje y lo cambiaba por: "¿Mañana reunión de equipo a las 15.00? Diré en casa que tengo comida de trabajo, ¿me echas de menos?" De nada servía arrepentirse a estas alturas. El tren ya había cogido velocidad hacía lo menos 4 meses.
Ella...