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¿quiénes somos? Parte I

¿Quién eres? Hace mucho tiempo que no nos vemos. Has cambiado mucho, algunos lo llaman madurez. 

Cuando se trata de amor, no pueden existir secretos. Formaban una pareja extraña, atípica, pero ellos se querían, o eso hacían ver al resto del mundo. Él, tan sincero con la mirada como una moneda de tres céntimos; ella, tan feliz como una perdiz, avestruz. No tenía sentido, no se querían pero seguían juntos. Aquella casa guardaba demasiados secretos, demasiadas mentiras, engaños e ilusiones perdidas. 

ÉL
Él; joven psicólogo de profesión, metiche de vocación Intentaba "salvar" una relación que hacía décadas estaba junto al Titánic; hundida y congelada. Frío, como el hielo con ella, caliente cual chocolate en invierno, con otra. Ese fue el primer error, pero no el más grave, creer que todo se podría solucionar con una persona más joven, más llena de vida, más... ¿ardiente? espontánea. No les importaba ni dónde ni cuándo, se dejaban llevar por el momento. Se sentía libre, sin ataduras pero siempre llegaba el mensaje de: "¡Hola! Sé que tienes mucho trabajo entre manos pero ¿vienes a cenar? No comas mucho el coco a la gente jeje. Te quiero" y volvía a la realidad.
El trabajo que tenía entre manos, nunca mejor dicho, terminaba evaporándose como el alcohol en la cocina.
Una ducha y veinte minutos después el olor a libertad ya no corría por su piel. Él entraba en casa, daba un beso y marchaba a la cama alegando estar cansado. Ya en la cama, todas las noches, pensaba en lo que había hecho. Cogía el móvil de tarjeta que había comprado para hablar con la joven, lo sostenía en sus manos y escribía: "No podemos seguir así, Mía"; acto seguido borraba el mensaje y lo cambiaba por: "¿Mañana reunión de equipo a las 15.00? Diré en casa que tengo comida de trabajo, ¿me echas de menos?" De nada servía arrepentirse a estas alturas. El tren ya había cogido velocidad hacía lo menos 4 meses.

Ella...

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En un beso infinito más uno.

Ella caminaba sin destino fijo por esa fría ciudad. Enfundada en ese abrigo amarillo, con esos guantes que aunque pequeños son justo de su tamaño y él, en su mente, claro. Mordisquea el cable de los cascos, mira la hora y parece que no pasa el tiempo. Paseos en soledad, sintiéndolo aunque lejos. Aunque efímero fue intenso, esporádico, sin sentido, sincero. Ella, no sabía mucho de matemáticas, tanto que sin mesura amó hasta quedarse sin reservas porque él dijo: "Yo te quiero hasta infinito más uno ¿tú? ¿Cuánto me quieres a mí?" . Pero nunca llegó a tanto, ni ella ni nadie.   Tantas hipótesis que nunca llegaron a ser investigadas, se quedaron en eso... En "y si..", en ayer.

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Pasan y pasan los días y ahí está ella sentada en aquel sillón que una vez significó tanto. Aquella butaca en la que se fugaron tantos suspiros de amor, tantos que en esa habitación apenas quedaba aire para respirar. Fue por esta razón que todo lo que con tanta delicadeza habían creado los dos se fue, se fue con el cantar de los pájaros dejando una fría mañana de invierno que dudaría hasta el día de hoy. Después de tanto tiempo ya tenía los ojos secos de todas las lágrimas que había derramado, de tantos llantos incontrolados, de tanta vida perdida sin motivo aparente. Pero es ahí cuando ella se da cuenta de lo que realmente significa vivir, de lo que no está ganando por estar lamentándose. ¡Es una idiotez! Abrir los ojos y ver un mundo diferente, lleno de luz y alejado de tanta oscuridad a la que estaba acostumbrada. Alzar la cabeza y darte cuenta de todo lo que te queda por hacer. Un impulso de felicidad hace que su cuerpo parezca que se eleva pero de repente, todo vuelve atrás. La...