Esa noche, él estaba intranquilo, sentado en su cama con la mirada perdida. Dando vueltas de un lado hacia otro. Mirando una y otra vez el teléfono, sin saber cómo empezar esa conversación. Sin saber cómo decirle que con tan sólo un par de horas, había encontrado a la chica perfecta. Esa noche, ella estaba en casa, sin saber lo que un par de horas más tarde podía pasar. Él decidió que merecía la pena intentarlo. Ella llevaba soñando con su príncipe azul toda la vida, lo tenía asumido, era demasiado exigente y perfeccionista consigo misma. Jamás lo conseguiría, y llegó ese mensaje. Asustada y a la vez sonrojada, no dejaba de mirar el teléfono. Suspiros de fresa. ¿Dudas? Muchas. ¿Miedo? Más aún. Pasó un mes, y ella seguía teniendo por igual proporción miedo y dudas. Él no desistió, merecía la pena intentarlo, se repetía una y otra vez, lo conseguiré. Pero una noche, sin conocerlo apenas, se perdió en esos intensos ojos marrones y aún no ha sido capaz de escapar de ellos. Ahora c...